El pasado año nos dejó la gran científica Margarita Salas. Sus descubrimientos sobre bioquímica, concretamente el Phi29, han supuesto hasta hoy la patente industrial más rentable que nunca registró nuestro país. A pesar de ello, sus últimos años como investigadora los pasó, según sus propias declaraciones, a la búsqueda de aportaciones públicas y privadas para mantener un equipo de trabajo competente y competitivo, a la altura de las altas expectativas de investigación que aún tenía. Su caso es paradigmático de una realidad incomprensible: informes de organismos como la Comisión Europea concluyen que las científicas ocupan menos puestos de decisión, sus trabajos se evalúan peor, obtienen menos fondos y becas para investigar y, en general, están peor remuneradas que sus compañeros hombres.
Esta situación no se circunscribe únicamente al mundo de la ciencia. Pese a la implicación en los últimos años de los colectivos feministas y de algunas administraciones, la situación en este y en otros sectores profesionales no cambia al ritmo que desearíamos. A pesar de los avances alcanzados en cuanto a la presencia de las mujeres en diversos ámbitos, el techo de cristal sigue siendo difícil de traspasar.
El pasado año se publicó en nuestro país un estudio de la Fundación La Caixa que ponía en evidencia que las mujeres tienen un 30% menos de posibilidades que los hombres de ser convocadas a una entrevista de trabajo. Si además eres madre, la probabilidad aún se reduce más, un 36%, mientras que a los hombres la paternidad les premia laboralmente al considerar que les aporta un plus de madurez y responsabilidad. Pero, además, también constataron que la discriminación es mayor en las ocupaciones donde la toma de decisiones son más importantes. Si hablamos de dirigir grandes empresas, la presencia femenina en los Consejos de Administración de las firmas que cotizan en el Ibex 35 es del 24,1%. El 11,62% de las sociedades del mercado continuo no tienen ni una sola consejera y el 38,8% menos de dos. Lamentable.
Los libros de texto y los medios de comunicación no nos ofrecen apenas referentes femeninos que puedan convertirse en modelos del prototipo de mujer empoderada, dueña y responsable de su vida y sus decisiones, capaz de luchar por un sueño por inalcanzable que parezca, y de alcanzar sus metas ansiadas. Iniciativas como el premio María Josefa Wonenburger, que nació de la mano de la Unidad de Muller e Ciencia de la Xunta de Galicia, creada ya en el año 2007 con objetivo de poner en valor el trabajo de las mujeres relevantes en las áreas de la tecnología y la ciencia en Galicia, o más recientemente el programa “Referentes Galegas” de la Asociación Executivas Galicia, buscan visibilizar la cuestión de género en diversos ámbitos sociales, profesionales y académicos en los que ya estamos presentes pero escondidas. Sin embargo, la valiosa labor de estos proyectos se presenta insuficiente. Precisamos de más iniciativas similares porque ya se sabe que, hoy más que nunca, lo que no se ve no existe.
Otros agentes de socialización tan importantes como la familia son, también a menudo, responsables de coartar desde edades muy tempranas las aspiraciones femeninas, educando a las niñas en el conformismo y en una visión reducida y prefijada culturalmente de una serie de roles y funciones estereotipadas de las que después de siglos de lucha por la igualdad aún no hemos podido desprendernos. Una de las últimas expresiones que define esta preocupante realidad respecto a la reclamada y ansiada igualdad real que defendemos es el “dream gap” o “brecha de sueños”, que se refiere a las limitaciones que la sociedad les impone a las mujeres desde la niñez, sobre todo en relación a sus aspiraciones personales, educacionales, políticas y laborales.
Las mujeres no queremos seguir con la impresión de que nacimos “en el lado errado de la historia”, no queremos ser heroínas, ni excepciones, ni la representación de cuotas mínimas que garanticen más el “estar” que el “ser”.
Queremos ser juzgadas por lo que valemos, por nuestro trabajo, por nuestra inteligencia, por la ilusión y el compromiso que le ponemos a nuestros proyectos… Toda la sociedad debe comprometerse en la lucha por la igualdad y por el empoderamiento femenino, que no es otra cosa, como se acordó definirlo en la Conferencia de Beijing, que la “toma de conciencia del poder que individual y colectivamente ostentan las mujeres y que tiene que ver con la conquista de nuestra propia dignidad como personas”.
Somos el 52% de la población mundial y es inconcebible que a estas alturas del siglo XXI tengamos que continuar aún disputando nuestro derecho a representar también el 52% de la inteligencia, de la creatividad, de la innovación, la inspiración o el poder político, económico y social. Luchamos el 8 de marzo y luchamos durante los 365 días del año para tomar las riendas de nuestras vidas y por ser dimensionadas siempre en función de nuestra valía personal, capacidades, cualidades y personalidad.
Llegadas a este punto, querría centrar esta reflexión en el futuro, en nuestras hijas y nietas. Es inconcebible que, con cinco años, muchas niñas ya intuyan que la sociedad espera de ellas algo distinto a sus hermanos y amigos; pero, además, esas aspiraciones familiares y sociales determinarán decisiones que en esta etapa de formación de la personalidad influirán enormemente en su futuro.
Todas las niñas tienen grandes sueños pero, con demasiada frecuencia, sus aspiraciones se ven obstaculizadas por normas de género dañinas. Estos estereotipos a menudo son perpetuados por los medios de comunicación, las instituciones culturales y religiosas y los adultos, que los refuerzan algunas veces de modo sutil y otras de manera muy explícita. Las creencias autolimitantes que generan estos estereotipos pueden afectar a la trayectoria vital de las niñas y desalentarlas a la hora de cursar carreras profesionales y personales brillantes. Porque si no te regalan juguetes científicos, de construcción o de ingenio, si no aplauden tus éxitos en las matemáticas o no se plantean que puedan interesarte actividades extraescolares relacionadas con la tecnología o con determinados deportes muy masculinizados, difícilmente podrá esperarse que en el futuro cursemos carreras STEM o seamos deportistas de élite.
Consideramos que una de las medidas prioritarias debe pasar por la educación en los hogares y en los centros de enseñanza en una socialización no sexista, apoyada por personal docente con una adecuada formación en igualdad, que sepa guiar e intervenir de manera profesional, coherente y con sensibilidad y empatía. Reclamamos también de los medios de comunicación una revisión autocrítica de la cobertura de las noticias sobre la violencia de género en particular y sobre la igualdad en general, incluyendo la presencia de mujeres referentes en sus espacios informativos y divulgativos y rechazando la imagen y el lenguaje sexista en sus contenidos. Queremos hacer un llamamiento especial a padres y madres para que den ejemplo en la vida privada: evitando los micromachismos, esforzándose en no criar de forma diferenciada a niños y niñas y fomentando la corresponsabilidad familiar. Porque educar en igualdad reduce los riesgos de futuras violencias machistas pero, sobre todo, promueve un futuro más justo.
Finalmente, incidir en la importancia y necesidad de seguir trabajando unidas todas las asociaciones, administraciones y entidades que luchan por los derechos de las mujeres, creando sinergias que hagan más potente nuestra voz y más manifiesto nuestro empoderamiento en todos los ámbitos y para que todos los días del año sean 8 de marzo.
Chaty González Fernández - SOCIÓLOGA
MULLERES EN IGUALDADE DE VIGO
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