Esteban Ibarra era apenas un chiquillo cuando presenció una brutal agresión machista en un portal de Madrid. La mujer lloraba mientras era arrastrada por el suelo, ensangrentada. "La escena era muy violenta. Recuerdo que había cinco testigos y que no movieron un dedo. Solo miraban". Él preguntó: "¿Pero... ¿No van a hacer nada?", y ellos replicaron: "chaval, vete de aquí, son sus cosas".
Ese día aprendió que no quería ponerse de perfil, sino mirar de frente a la violencia y atajarla con "mucha educación/ética y con la defensa de la dignidad de la persona y la universalidad de los derechos humanos". Eso sí, "el civismo se educa -señala- pero se mantiene con una buena legislación".
En 1993 fundó un movimiento "plural, autónomo, abierto y participativo que trabaja contra el racismo y la violencia": Movimiento contra la Intolerancia, que cumple este año un cuarto de siglo.
Ibarra protagoniza nuestro quinto encuentro de la sección Doy la cara contra la discriminación y nos relata, en un encuentro mantenido con Mujeres en Igualdad, el origen y evolución de los delitos de odio, las claves para entender este fenómeno y las características de lo que él denomina "poliedro de la intolerancia".
Pero no nos llevemos a engaño, insiste, "los delitos de odio han existido siempre" porque es un discurso basado en el odio al diferente.
Este nuevo término acuñado ha servido para empujar los ordenamientos jurídicos y el reto actual es unificarlos a nivel mundial. ¿Cuándo surgió y por qué?
El concepto de hate crime aparece a mitad de los años 80 en EEUU tras una oleada de crímenes basados en prejuicios raciales investigados por el Federal Bureau of Investigation (FBI) y que marcarían el llamado Hate Crime Statistics Acts de 1990. Esta ley exigía la recogida y publicación de datos estadísticos sobre los motivos y la expansión de la criminalidad motivada por prejuicios raciales, religiosos...
"No tiene un origen jurídico, sino periodístico. Los medios de comunicación necesitaban un término para definir aquellos delitos motivados por el prejuicio, la aversión y la discriminación hacia determinadas víctimas", recuerda Ibarra. El impacto mediático del término obligó al desarrollo, además, de un cuerpo normativo que atendiera a este tipo de crímenes.
Estos periodistas de EEUU guardaban, además, una gran relación con la comunidad judía. Su cultura era la de los supervivientes del Holocausto.
Ibarra recuerda un maravilloso libro: El breviario del odio, de Léon Poliakov, considerado el primer análisis del Holocausto. Esta obra fue publicada seis años después de que acabara la II Guerra Mundial y analiza los orígenes ideológicos y sociales del antisemitismo nacionalsocialista, acudiendo a los archivos del Tercer Reich y a los testigos directos de la barbarie.
"Entender el crimen de odio -insiste- es entender Auschwitz y el regimen nazi, en el que se mataba a cualquier persona por ser judía, gitana o tener síndrome de Down". "La raíz de este tipo de delito es acabar con la vida de una persona porque se la considera vida sin valor". Ahí está, a su juicio, la clave: en la dignidad. "Del lat. dignus: valioso, merecedor de algo". En este punto coinciden la tradición judía, la tradición cristiana, los agnósticos… Todos dan valor a la vida.
La respuesta de la comunidad internacional fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en su artículo 1 defiende:
"Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros".
De la caída del Muro de Berlín a los primeros crímenes xenófobos en España
A finales de la década de los 80, tras la caída del Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989), empiezan a eclosionar los movimientos racistas y nazis y se suceden los ataques a refugiados. Ocurrió por citar un ejemplo en Rostock, entre el 22 y el 24 de agosto de 1992. Grupos neonazis -con el apoyo tácito de la población y aprovechando una inexplicable ausencia de la policía- prendieron fuego al edificio en el que se albergaban un centenar de refugiados, principalmente gitanos de origen rumano.
"Aquí, en España, aparecieron unos grupos que realizaban ataques puntuales", afirma el presidente de la asociación. Las instituciones aún no creían que la situación fuera preocupante, pero él sí lo intuía. “Lo veíamos en los colegios. No estamos al margen de Europa. Estos incidentes llegan unos años más tarde, pero siempre llegan”.
El laboratorio del odio de esos años funcionaba, destaca, "con panfletos, boletines y, sobre todo, con la propagación de los grupos ultras de los campos de fútbol". "Estaban en contacto con los tifosi italianos, con los hooligans ingleses… "No era el movimiento clásico del tardofranquismo, sino uno más juvenil y también más cruel, más nazi", afirma.
Este movimiento era profundamente racista y empieza a cobrarse sus primeras víctimas, como Lucrecia. En 2017 se cumplieron 25 años del primer asesinato racista de la democracia española: el de Lucrecia Pérez, una mujer dominicana que había venido a España para que su hija pudiera estudiar y que fue asesinada a tiros en una cacería de inmigrantes organizada en las ruinas de la discoteca Four Roses, en Aravaca (Madrid).
Hoy, su hija Kenia trabaja junto a Ibarra en Movimiento contra la Intolerancia para ayudar y acompañar a las víctimas de los delitos de odio.
Esos años 90 fueron muy duros en España, con decenas de asesinatos y agresiones por odio. Ibarra, que por aquel entonces coordinaba campañas europeas contra el racismo, decide fundar una ONG convencido de que las campañas se las lleva el viento y era preciso adoptar medidas permanentes. Nace así, en 1993, Movimiento contra la Intolerancia.
El año 2014 se da un paso decisivo con la creación de las 52 fiscalías provinciales de delitos de odio y discriminación y con los informes del Ministerio del Interior sobre las denuncias en este ámbito. Las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y policías autonómicas registraron 1.272 incidentes por delitos de odio el año pasado, un 4,2% menos que en 2015, según datos del Ministerio.
Otro cambio sustancial se produjo en el año 2015 con la reforma del artículo 510 del Código Penal.
Friedman, presidenta de honor de Movimiento contra la Intolerancia
El trabajo de Movimiento contra la Intolerancia está muy influido por la que fue su presidenta de honor, Violeta Friedman, superviviente del campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau y gran activista por los derechos humanos.
Friedman fue la mujer que inauguró la lucha contra el discurso de odio en España. A los catorce años, en marzo de 1944, ella y su familia, de religión judía, fueron capturados y encerrados por las tropas nazis y durante más de un año fue confinada al campo de exterminio de Auschwitz. Toda su familia fue enviada a las cámaras de gas por orden del doctor Mengele, excepto su hermana mayor, a la que encontró años después de que concluyera el conflicto bélico. Salió del campo con no más de 35 kilos en enero de 1945, cuando la liberaron tropas rusas.
Violeta será recordada, muy especialmente, por su largo proceso judicial contra Leon Degrelle, ex jefe de las Waffen SS, sentenciado a muerte en rebeldía por un tribunal belga, pero que encontró asilo en España. Degrelle hizo, en julio de 1985, unas declaraciones a la revista “Tiempo” en las que negaba el genocidio nazi, ironizaba sobre los campos de exterminio y efectuaba juicios ofensivos de tono racista y antisemita.
Tras un largo y difícil proceso judicial, llegó la histórica sentencia del Tribunal Constitucional del 11 de noviembre de 1991, consagrando el derecho al honor y a la verdad. Esta sentencia sentó doctrina constitucional y fue la antesala de la reforma del Código penal en materia de racismo.
Cómo atajar el ciberdelito
Ibarra insiste: "el delito de odio es un concepto fenomenológico -no jurídico- y transversal, que debe ser explorado con perspectiva histórica y de manera científica".
Solo en el último año, Movimiento contra la Intolerancia ha presentado más de 120 denuncias, una de ellas al presidente de la Generalitat catalana, Quim Torra, por un presunto delito contra las libertades y derechos fundamentales tipificado en el artículo 510 del Código Penal, por “incitar al odio y vejar e insultar a los españoles”."Hay que dar el paso y denunciar", subraya.
Este trabajo le ha costado enemistades, también ahora con la cuestión catalana. "No estamos de acuerdo con que se produzca una fractura de nuestro país. La Constitución española es un pacto colectivo. Caben reformas en un sentido u otro, pero no puedes decir: yo me voy. El pacto sinalagmático es un pacto de corresponsabilidad", defiende.
A su juicio, se están proyectando fanatismos y sabemos cómo empiezan pero no cómo acaban... "Ese es el problema. A lo largo de estos años he aprendido que es esencial combatir la actitud; esa actitud que te lleva a la conducta".
El gran debate actual -destaca- es el del discurso de odio. "Hay muchas personas que desean reducir el alcance del 510 del Código Penal, que en lugar de provocación habla de la “incitación directa o indirecta al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra las personas. Esa es la clave".
"Si difunden por internet expresiones como “al inmigrante, paliza constante” o "Cuelga mujeres", se trata de una incitación indirecta que debe ser sancionada por el Código Penal. Sin embargo, se oponen todos aquellos que se alinean con las posturas de la primera enmienda norteamericana", señala. Es decir, quienes creen que debe prevalecer el derecho a la libertad de expresión sin límites. Este es el gran debate.
Muchos de estos mensajes de odio se propagan y viralizan a través de las redes sociales, sobre todo en la plataforma de vídeos YouTube. "Es uno de los canales que más denunciamos. Contiene muchísimas imágenes, algunas brutales, desde el terrorismo yihadista hasta la violencia neonazi". Esta es una red social con gran cantidad de grupos y páginas de odio insertadas, con denominaciones tipo: "mata a los negros”, “odio a las gitanos”, “contra la invasión inmigrante”, “Rudolf Hess vive”, “mata gays”, “hay que legalizar la violación”, “odio a los maricones, las putas y los policías” y centenares de páginas donde se incita al odio, la discriminación o la violencia hacia colectivos vulnerables.
También Facebook, pero en este caso una vez que reciben la denuncia retiran el vídeo, "aunque vuelve a aparecer más tarde camuflado".
Una de las redes más activas en Europa de denuncia del ciberodio es INACH, que agrupa a numerosas ONG. Las respectivas legislaciones nacionales, no obstante, condicionan el alcance de sus acciones.
"Hay que dar el paso y denunciar"
Lo más habitual es que la sociedad española y las víctimas no denuncien. ¿Por qué? Porque da miedo.
La cifra registrada por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad en España, a lo largo de 2016, ascendió a un total de 1.272 incidentes, sobre todo delitos de lesiones, amenazas, otros contra la Constitución, actos racistas, xenófobos e intolerantes en el deporte, daños, trato degradante y abusos sexuales. Estos son los hechos conocidos, pero ¿cuál es la cifra real? ¿Cuántos nunca se llegan a denunciar?
Movimiento contra la Intolerancia estima que cada año se registran entre 4.000 y 6.000 incidentes.
Lo importante -recalca Esteban Ibarra- no es tanto el número como que exista una política criminológica, victimológica y que las instituciones del Estado democrático funcionen. Sin descuidar la prevención y sensibilización desde la infancia: "es fundamental el papel de los centros educativos, la televisión, el tejido social…Tenemos que educar niños y niñas con civismo".
Sin embargo, las últimas estadísticas reflejan un aumento de la violencia machista en jóvenes o de las agresiones a padres y madres.
"Te encuentras un neomachismo que se traduce en un mayor control de las chicas: con quién has hablado, dónde estás...", afirma. Es una cara muy visible de lo que él denomina el “poliedro de la intolerancia”, que se fundamenta en el prejuicio. Algunas caras de este poliedro son el racismo, la xenofobia, el antisemitismo, la islamofobia, la homofobia, la aporofobia...
Es decir, una persona puede ser machista, racista, violenta... "Todo es un ejercicio de poder". No hablamos solo de intolerancia a las minorías, insiste, sino al diferente, ya sea mujer, persona refugiada, inmigrante, con algún tipo de discapacidad...
Él mismo ha visto cómo han dado una brutal paliza y han matado a un chico con el argumento de “era un pijo”.
De todos modos, aclara que en España existe una gran confusión entre "delitos de odio" y "discriminación", cuando dos conceptos distintos, porque aparecen mezclados en el Código Penal.
Atención directa a 1.900 víctimas: "ni una sola ha pedido venganza"
Ibarra aboga por un concepto de tolerancia moderna con una triple dimensión: respetar, aceptar y apreciar la diversidad aquí y en todos los países.
El reto es unificar los ordenamientos jurídicos a nivel mundial . "No me voy a poner de perfil porque no sea delito matar a un gay en Teherán”, denuncia. Hay que recordar que 72 países criminalizan aún las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo y ser gay o lesbiana puede costar incluso la vida en ocho de ellos.
"También hay zonas donde se mata a una mujer por su condición de mujer, como Ciudad Juárez", señala. Es la misoginia y el odio por el mero hecho de ser mujer. Movimiento contra la Intolerancia ha trabajado en algunos de estos casos y se ha personado como acusación popular, por ejemplo, en el crimen de Beatriz Agredano. Aún mantiene contacto con su padre. En este caso no se pudo aplicar el agravante por razón de género.
Beatriz fue secuestrada en 1996 cuando volvía a casa, golpeada y asesinada. Ocurrió en un paraje desértico cercano a Vicálvaro (Madrid). "Detrás de todo esto está la cosificación de la mujer. Creen que es una cosa, por tanto, vale menos y la pueden usar y tirar. Eso es lo que hay detrás del delito de odio".
Por lo general, Ibarra mantiene una gran relación de amistad con las víctimas y con sus familias. A lo largo de estas décadas ha prestado una atención directa a 1.900 víctimas y en todos los casos no ha visto "ni una chispa de venganza". Lo que sí reclaman -dice- es el amparo de las instituciones.
"He trabajado con muchas víctimas del racismo, del terrorismo, de las violencias machistas o del ámbito del menor, pero no he visto a nadie con ánimo de venganza", recalca.
El problema es -añade- que incluso mediáticamente la atención está puesta en el agresor. La víctima es, en su opinión, la gran olvidada: "Esta sociedad y las instituciones están en deuda con las víctimas".
Vivimos momentos para el compromiso urgente y profundo, finaliza, basado en "la unidad democrática y social".
A.G.A.