Feminismo, literatura y camelias: Nélida Piñon contra el olvido por Beatriz Piñeiro Lago
Con más de veinte libros publicados, Nélida Piñon fue la primera mujer en presidir la Academia de las Letras de Brasil, país en el que nació en 1937. Hija de gallego y de brasileña con ascendencia gallega, Piñon construyó un puente literario y personal entre Brasil y España e hizo de Galicia el pilar de su itinerario existencial. En 2005, aprovechando un viaje a España para recoger el Premio Príncipe de Asturias, Nélida se acercó al pontevedrés Jardín de Excelencia Internacional del Pazo Quinteiro da Cruz para tocar la flor de la «Camellia», un símbolo de la lucha por los derechos humanos. Allí conoció a Beatriz Piñeiro Lago, dueña de la propiedad vitivinícola y presidenta de Mujeres en Igualdad Pontevedra. Aquella visita unió sus caminos para siempre: desde entonces y hasta poco antes de morir el 17 de diciembre de 2022, Nélida visitó a Beatriz siempre que tuvo ocasión. En una de sus citas, un encuentro celebrado el día 1 de octubre, apenas dos meses y medio antes del fallecimiento de la autora, Beatriz le pidió grabar su conversación a modo de entrevista. Y Nélida le dijo que sí. El resultado es una imperdible conversación, la cual publicamos íntegramente bajo estas líneas, que hace foco en la historia olvidada de las mujeres y en su peso en la sociedad y en la literatura.
En el año 2005, Nélida Piñon vino a España para recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y visitar Galicia, la tierra de sus padres y abuelos. La conocí en aquel viaje: ella quería sentir un jardín de camelias, así que visitó el Jardín Botánico del Pazo Quinteiro da Cruz, la propiedad familiar de la que formo parte. Aquel viaje nos uniría para siempre: una flor, la Camellia, sería nuestro nexo.
La Camellia es un arbusto originario de China y Japón que llegó en el siglo XVII a Europa, desde donde saltó al resto del mundo. Su flor ha estado vinculada a lo largo de la historia a la libertad y la defensa de los derechos de las personas: a finales del siglo XIX, Kate Sheppard, una activista por el sufragio universal en Nueva Zelanda, utilizó la camelia blanca como símbolo de la lucha por los derechos de la mujer; en Brasil, el portugués José Seixas de Magalhaes introdujo esta especie en la finca de Quilombo de Lebón, donde su cultivo simbolizó el apoyo a los ideales de libertad para acabar con la esclavitud en el país, una alianza entre negros y blancos. Estos y otros eventos convirtieron la camelia en el símbolo de una paz que se construye por el entendimiento, la firmeza y la perseverancia; un símbolo con el que hacer comprender a la sociedad que es preciso cambiar sin necesidad de que haya víctimas, luchas, perdedores y ganadores. Esta representación fue la que empujó a Nélida en aquel 2005 a visitar un jardín de camelias en Galicia, tierra donde nacieron sus padres y donde la flor también es símbolo representativo e identitario.
Desde entonces, he tenido la oportunidad de hablar y reír, de contar historias y de disfrutar de su compañía, de escucharla y de aprender de ella. Porque la lucha por la igualdad real de la mujer, la defensa de la libertad, de los valores y de la naturaleza llenaban nuestras conversaciones.
Después de aquel viaje, Nélida siempre sacó tiempo para visitar Quinteiro da Cruz durante sus estancias en Galicia. Rodeada de camelias, recordaba anécdotas para construir un diálogo en torno a la naturaleza. Vivimos hitos como la inauguración del Bosque de las palabras e incluso nos dedicó el poema a la Camelia dos mortais, un texto que forma parte del catálogo del Pazo. Pensamientos y reflexiones donde siempre estuvo presente la importancia de la lucha por los derechos de las mujeres.
También hablamos de Voces del desierto, un libro que hizo mucha mella en mí y en mi lucha por la igualdad. En una de sus últimas visitas comentamos la pertinencia de grabar una entrevista sobre feminismo, de ofrecerle un espacio donde pudiese mostrar su visión y su conocimiento, pero aquella conversación se fue posponiendo (pandemia mediante) hasta el 1 de octubre de 2022.
Aprovechando su visita -que a la postre sería la última, pues Nélida murió poco después, el 17 de diciembre-, organizamos un homenaje público con la presentación del Té para Nélida, un encuentro con la escritora (en el que, claro, tomamos un té diseñado y elaborado específicamente para ella) con la intención de difundir su legado y sus libros, especialmente Una furtiva lágrima. Después de comer, por fin, Nélida Piñon me dijo: «Beatriz, es el momento de hacer la entrevista». Y he aquí el resultado de aquel encuentro, un recuerdo que pone en valor las reflexiones, vivencias y el conocimiento de una mujer que con su palabra nos cautivó en vida... y que aún hoy sigue haciéndolo a través de sus libros.
Beatriz Piñeiro: Siempre te defines como una feminista, y en tus libros aparece esa defensa de la mujer, de los derechos de las personas, del respeto, del amor… Me gustaría que hablásemos de ese recorrido que tú llevaste a lo largo de los años, de esa visión y esa defensa que te lleva a definirte como feminista.
Nélida Piñon: Yo en este momento me declaro feminista histórica. Soy una mujer, pero soy también alguien que desde el inicio fue preparada por mi familia gallega para vivir con cierto nivel de libertad. A los diez años, por ejemplo, mi padre me ofreció una navajita para que pudiera caminar por el monte a mi gusto. Fueron signos de libertad, fueron estímulos, con cierto fervor, para estar bien en el mundo. Desde el principio —esto me parece muy importante— me sentí a gusto en el mundo, y eso me hizo pensar mejor que nunca qué papel yo, como niña, tenía en él. Sobre todo porque cuando yo iba a nacer, mi padre quería que yo fuera un niño, y mi madre le dijo: «¿por qué esta angustia por que sea niño?» Y él respondió: «porque un niño va a dar lustre, brillo a mi apellido, y una niña nunca lo hará». Entonces ha sido muy interesante, porque a partir de ahí, cuando mi padre iba a llegar del trabajo, yo me anticipada y le contaba todas las novedades. Sabía todo, incluso el contenido de las revistas de deporte. Yo fui creciendo, no como una periodista, sino como alguien que con mucho cariño y mucha delicadeza quería estar en el mundo de forma cómoda y que la gente le diera espacio para que pudiera pensar. Yo creo que mi gran pasión fue el pensamiento. He visto que las mujeres tenían un papel muy pequeño, casi un papel del olvido, como si estuviera en el mundo pese a ser olvidada, y para cumplir un rol: la maternidad. La maternidad siempre la consideré muy importante, pero la sociedad no valora la maternidad. Siempre he sido una gran estudiosa de la historia, y me fui dando cuenta cómo el papel de la mujer a lo largo de los siglos fue terrible. En los siglos XIII y XIV implantaron definitivamente la Ley Sálica, porque en el XII la mujer tuvo una predominancia muy grande. El mito mariano, que no estaba tan presente en Europa, llegó también al continente en esa época a través de los monasterios Cistercienses. Cuando la mujer encarnaba un mínimo espacio, era de inmediato sofocada y asfixiada, eso era algo muy claro en mis estudios y en mi consciencia. A medida que los siglos pasaron, fueron surgiendo los feminismos. Yo prefiero decirlo en plural porque hay muchas vertientes según la circunstancia histórica, según el país de origen, según la miserabilidad de la mujer, según la sociedad en que esté implantada y según los estudios universitarios, que crearon muchas fuentes de origen. Pienso que el feminismo es muy interesante y muy importante. La mujer necesitaba buscar esa vía de acceso al conocimiento, más que el conocimiento para sí, el conocimiento que ella iba ejercer para la sociedad, en busca de sus derechos, derechos que de verdad todo ser humano debía tener. El feminismo es un movimiento maravilloso, sobre todo en el siglo XX, porque no hubo sangre. Fue una revolución elegante, discreta, no hubo muertes; eran revoluciones domésticas, dentro de casa y un poco en la calle, y ya después en las universidades. Fue ganando expresiones varias. Fue más que nunca el momento en el que pienso que existieron más feminismos. Yo creo que la mujer tendrá o estará aprendiendo a ganar espacio, y aún no ha ganado todo el espacio que necesita, sin perder unas características que quizás fueron suyas siempre, pero también aquellos elementos de los que se apropió y fue dando otras versiones y perfeccionando. Por ejemplo, la maternidad. Yo creo que la maternidad ha dado a la mujer una sensibilidad extraordinaria para que su hijo viva, solo eso es algo extraordinario. Le compete a ella salvar a un ser humano, su hijo, por amor y por deudas históricas y sociales. La mujer ganó en su corazón esa sensibilidad deslumbrante hacia el humano, un bebé que después será su hijo. A lo largo de los años ese crecimiento ha llevado exasperaciones, y sacrificios inmensos, pero yo creo que las virtudes inherentes a la maternidad pueden buscar una traducción de esos sentimientos el derecho a ampliar sus áreas de conquistas y perfeccionar su diálogo, su vocabulario. Porque el vocabulario del amor es enriquecedor, el vocabulario de los sentimientos genera emociones sociales que pueden convencer. Lo que estoy tratando de decir es que la mujer feminista que combine fuerza, tolerancia y delicadeza puede implantar cambios en la sociedad.
Beatriz Piñeiro: Estoy totalmente de acuerdo. Mi padre siempre me decía: «Beatriz, el conocimiento te hará libre», y él tenía ese empeño de que estudiásemos y pudiésemos elegir por nosotros mismos. Pero hay muchas mujeres que no tuvieron esa oportunidad…
Nélida Piñon: La violencia de género sigue. En España se crearon leyes de protección hacia la mujer y no hacia los hombres deliberadamente. Aun así, mata mucho. Si no mata, esclaviza. Convierte a la mujer en una criatura afásica que no tiene el don de la palabra. Quien no tiene el ejercicio de la palabra padece de una amputación. Lo que quiero condenar es que el conocimiento del que hablas y que da pie a una independencia financiera que ayuda a tener libertad, pero también la delicadeza y la sensibilidad que ganará en versión social. No veo por qué una mujer al subir a una tribuna tiene que ser grosera. Si el hombre es grosero, ella tendría que aprender a crear un contraste entre la grosería masculina con la que él piensa dominar el mundo —siendo duro y cruel— y el diálogo, la capacidad y el orden persuasivo que se iguale al hombre. La igualdad, en ese caso, no es deseable. Yo creo que la mujer tiene que aprender a establecer diferencias cualitativas sin perder la energía y la fuerza, casi la virulencia si es necesaria. Yo defiendo que las conquistas se hacen sin sangre, sin espectáculos de mal gusto. Por ejemplo, hay muchas mujeres que se desnudan en la calle… El punto de pudor es un arma de guerra, de conquista, de respeto. El hombre también lo necesita, no es una virtud de la mujer, es una virtud de la dignidad humana. El feminismo ofrece grandes discusiones en muchos aspectos, pero creo que conviene que yo agregue esto: los excesos van cambiando. Hoy, si alguien es salvaje en sus defensas está bien, todo pasa. Yo me acuerdo de que cuando viví en Nueva York se quemaban sostenes, y la gente se quedó escandalizada. Pero eso fue pasajero. Hay pruebas tan pequeñas y ridículas delante de la grandeza de lo que se está defendiendo… Que algunas mujeres de entonces quemaran sus sujetadores para pedir libertad no es nada en comparación con lo que la sociedad les debía a ellas. Y al mismo tiempo que había esos excesos, surgieron grandes pensadoras como Simone de Beauvoir, en Francia, y en Estados Unidos se abrieron los Departamentos de Mujer que hasta hoy tienen una contribución suprema. Hay una literatura —no de ficción— sociológica, filosófica y de reflexión hecha por mujeres. Creo que el hombre tiene que escribir más sobre la mujer, en defensa de ellas. Considero que el hombre no hace los suficientes alaridos intelectuales en defensa de las mujeres. Están muy callados, como si quisieran mantener su soberanía y ser dueños en el hogar. ¿Por qué dije que no me gusta el ejercicio del feminismo en la ficción? A mí no me gusta, como escritora que soy a tiempo integral, que una mujer al escribir tome partido entre sus personajes. Yo creo que ella al escribir tendría que aprender a ser equitativa, acercarse al hombre y la mujer en igual condición según su tragedia personal y según la pasión que ella quiere escribir. Porque si no, ¿qué va a pasar? ¿Qué los hombres solo pueden escribir sobre personajes masculinos y las mujeres solamente en defensa de los personajes femeninos? Eso sería el asesinato de la ficción, de la obra de arte. El arte exige una cierta insidia, hay que ser insidiosa, hay que trabajar con el hombre, con la mujer, con cualquier persona, da igual el sexo que sea, su circunstancia, con el coraje y la voracidad de que el humano encarna y carece.
Beatriz Piñeiro: Ahí estoy totalmente de acuerdo contigo. Cuando nos conocimos, habías publicado Voces del desierto. Tu visión me pareció espectacular y me ayudó en mi vida personal a poder sacar mi voz de dentro. Yo creo que puede ayudar a otras mujeres a sacar su voz de dentro, y que no tenga miedo a decir quién es y a comportarse como es.
Nélida Piñon: Y no es fácil. Porque, por ejemplo, para una mujer de un pueblo, pobre, dedicada al cuidado de sus hijos, no es fácil asumir una voz narrativa ideológica, ¡y no hace falta! Hay que entender que cada cual ejerce «su feminismo» a su manera: teniendo el valor de dar comida a sus hijos y muchas veces aguantando a un marido horrible del que no puede deshacerse porque trae el alimento a la casa… Hay circunstancias que impiden una elaboración mental de quien piensa ejercer la crítica. La tolerancia es muy importante, cada vez más, y la capacidad de analizar los hechos sociales de una forma generosa para poder predicar una cierta subversión, una cierta revolución. La revolución más bien se hace dentro y con las leyes, y cada cual va buscando su camino, acomodando su rincón y llevando adelante su hogar, su vida solitaria… Lo que tenga. Si puede, habla. Si no puede, no habla, no es necesario: alguien siempre hablará por ti. Lo bueno es la voz generosa, la voz que se presta. Esto es muy importante: la utilización del verbo y de la voz colectiva.
Beatriz Piñeiro: En 2019 publicaste Una furtiva lágrima, un libro espectacular. Eres tú, está tu esencia ahí, hay muchísimas claves para ayudar -especialmente a las mujeres-, para poder reivindicar esa voz interior. También tienes esas palabras para decirle a los hombres que cuiden su familia. Entonces me parece que ese juego de palabras están ayudando a muchísimas personas, a muchas mujeres, pero también a hombres. Al final, esa feminidad que tú tienes es vista desde la igualdad real.
Nélida Piñon: Claro, porque cada palabra que emites, o que piensas, que brota de tu corazón, tiene una conciencia y un propósito que muchas veces quien habla no sabe. Pero el vocablo siempre difunde semillas. Todo lo que uno dice y que alguien escucha tiene una consecuencia, aunque muchas veces no es en el momento. Si tú, por ejemplo, no pudiste plantear una vida a partir de lo que estás empezando a saber, tu hija escuchará los ecos de tu corazón y mejorará su vida.
Beatriz Piñeiro: Muchas gracias, Nélida. Y muchas gracias por todas las palabras que llevas tanto tiempo escribiendo en tus libros y que van a estar ahí para siempre, para ayudar a todas las personas que las puedan leer y las puedan escuchar.
Nélida Piñon: Muchas gracias. Yo creo que estoy cumpliendo mi pasión, que es fundir la creación literaria, la creencia en el verbo, con mis sentimientos humanitarios. Hago todo eso con un fervor casi litúrgico, y soy fiel a mis creencias y a mi fe. La fe que sea, cada cual tendrá la suya, pero ¡hay que tener fe! Sin la fe, uno muere antes de que la muerte decrete tu fin.
Beatriz Piñeiro: Eso es evidente en tu libro Tenho apetite de almas; de su lectura se desprende que tú estás para todas las personas...
Nélida Piñon: Yo creo que sí, incluso hoy. Mira que ya tengo edad, pero estoy aún despierta. Siento que aún no morí, estoy atenta.
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